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LOS PELIGROS DE UN MUNDO QUIMICO III


COSMETICOS.

Cuesta creerlo, pero nuestro organismo se está convirtiendo en una especie de central de residuos. Nada menos que 300 sustancias químicas contaminantes se concentran a lo largo y ancho de nuestra anatomía. Las rutinas de cada día están repletas de sustancias peligrosas para la salud en las que ni siquiera reparamos.

No se trata solamente de la polución ambiental, sino que limpiar la casa, maquillarse o ingerir ciertos alimentos se convierten en auténticos atentados contra la salud si no se eligen los productos adecuados.

«Vivimos en un mundo químico», denuncian los ecologistas. Y lo dicen con cifras sobre la mesa: la cantidad de sustancias químicas producidas por el hombre y emitidas a la atmósfera ha crecido desde los mil kilos en 1930 a más de 400 millones de toneladas en los albores del siglo XXI. Según la Agencia para la Protección de la Salud del Reino Unido, cada mes aparecen más de 600 sustancias químicas nuevas que se añaden a las 80.000 ya existentes. Sólo se han probado los efectos en el ser humano de un 7% de estos agentes.

La legislación debería ser la principal protección del bombardeo constante de tóxicos. Sin embargo, muchas organizaciones ecologistas y numerosos científicos denuncian deficiencias en este terreno. De modo que la forma más inmediata de protección es conocer dónde se encuentran los contaminantes y evitar su consumo. Aquí le ofrecemos los más peligrosos y abundantes y también algunas técnicas para “limpiarse”.

El mercurio es un potente tóxico que afecta al cerebro, la médula espinal, los riñones y el hígado. Algunos estudios también han demostrado que este metal aumenta el riesgo de infarto. Todos los datos apuntan a que el mercurio provoca alteraciones cromosómicas que se traducen en trastornos físicos y mentales. Según los Centros para el Control de las Enfermedades estadounidenses (CDC), una de cada 10 mujeres en los Estados Unidos es portadora de una cantidad de esta sustancia suficiente para causar daños neurológicos irreparables en el feto. Se trata de uno de los productos más peligrosos debido a su capacidad de biomagnificación. O dicho de otro modo: se acumula en los organismos y se transmite de unas especies biológicas a otras en la cadena alimentaria.

Una de las principales fuentes de mercurio se encuentra en el plato de muchas familias de todo el mundo. La contaminación de los mares acaba pasando a los peces que llegan hasta la mesa portando importantes cantidades de este metal. En estos alimentos, la acumulación se produce en forma de metilmercurio, una forma particularmente tóxica para las neuronas en desarrollo. De modo que los más sensibles son los fetos, a través de la alimentación de la madre, y los niños cuyos cerebros se están desarrollando. Por este motivo, numerosos organismos sanitarios aconsejan que las mujeres embarazadas, en periodo de lactancia y los niños, no consuman los pescados que se consideran más contaminados como el pez espada o la caballa. Sin embargo, los frutos del mar frescos no son los únicos culpables. En la actualidad las investigaciones se centran en las conservas, particularmente las latas de atún. Numerosos trabajos han descubierto que éstas contienen elevados niveles de mercurio.

La Organización Mundial de la Salud ha establecido el límite de ingestión de mercurio considerado seguro en 1,5 microgramos por kilo de peso corporal. Sin embargo, las autoridades sanitarias estadounidenses lo han puesto en 0,4 microgramos por kilo de peso corporal. Para trasladar a la vida real estas cantidades, se puede decir que una persona de 60Kg de peso que se coma unos 150 gramos de atún a la semana habrá ingerido 1,4 microgramos del metal por kilo de peso.

Pero los niños no sólo están expuestos al mercurio a través de la comida, sino que la mayoría de las vacunas que reciben en sus primeros años de vida contienen conservantes en cuya composición se encuentra este metal. El tiomersal es uno de los compuestos que más se emplean para la preservación de las vacunas. Aunque no se han podido confirmar la relación de este conservante con el desarrollo de trastornos como el autismo, la hiperactividad o el retraso en el desarrollo intelectual, los expertos consideran que es biológicamente posible. De hecho, tanto la Agencia Europea del Medicamento, como las Autoridades Sanitarias estadounidenses (FDA) han pedido a las compañías farmacéuticas que eliminen el tiomersal de las vacunas. Los niveles de mercurio a los que se expone a un niño durante el periodo de vacunación superan los máximos permitidos.

Y el entorno hospitalario se convierte en uno de los principales causantes de contaminación debido a su gran cantidad de emisiones de mercurio: termómetros, dispositivos para medir la tensión, productos de laboratorio y de limpieza... la lista es prácticamente interminable. Pilas, fluorescentes, viejos microondas, interruptores, ciertas aspiradoras... La asociación ‘Health Care Without Harm’ (cuya filosofía defiende un entorno sanitario sin riesgos) hace una decidida apuesta por la creación de ambientes libres de mercurio, o al menos en los que el uso de esta sustancia se reduzca al mínimo. Entre sus iniciativas disponen precisamente de un programa de ‘Hospitales por un Entorno Sano’, cuyo objetivo es eliminar completamente este contaminante de los entornos sanitarios antes del año 2005.

Una de las propiedades de este metal que lo hacen particularmente peligroso es que no se elimina, sino que se va acumulando en el organismo. Además, el mercurio persiste en el medioambiente y puede ser transportado a largas distancias de modo que la emisión en un continente puede llegar a depositarse en otros muy alejados.

EL MUNDO.

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